jueves, 29 de noviembre de 2012

La Ausencia como Pedestal en la poesía de César Calvo - Manuel Pantigoso

César Calvo en el Cusco


La Ausencia como Pedestal en la poesía de César Calvo
A los 10 Años de su Muerte - Manuel Pantigoso

"Mamá, lo siento mucho. Di a mi padre
que no vaya a venir para llorarme".

En 1975, se publicó Pedestal para nadie de César Calvo (Edición del Instituto Nacional de Cultura, con prólogo de Alberto Escobar), conteniendo cinco libros editados con anterioridad; Poemas bajo tierra (1960), Ensayo a dos voces(escrito con Javier Heraud, 1961), Ausencias y Retardos ( 1963), El último poema de Volcek Kalsaretz (1965), El cetro de los jóvenes (1966); y dos libros inéditos: Pedestal para nadie y Cancionero. A la manera de recopilaciones hechas por autores de la generación del 50: Vida continua de Javier Sologuren, Poesía escrita de Eduardo Eielson o Un mundo dividido de Washington Delgado, este libro río recoge todas las facetas líricas y épicas de su autor.
En el poemario inicial de 1960 es posible comprobar ya una inclinación temprana por la soledad, la tristeza y la ausencia, que parten de la imagen del padre - poesía, como realidad y como símbolo de un pedestal vacío, en donde está la descripción intimista de sus reproches y afectos, de sus dolores y alegrías, que pudimos comprobar cuando nos visitara tantas veces con su madre y sus hermanos, en nuestra querida "Casa - jardín de Magdalena" donde compartimos nuestra primera adolescencia sembrando juegos y recogiendo rastros.


Familias Calvo y Pantigoso en la playa - 1946


César Calvo , Manuel Pantigoso y familiares - 1955

Gran parte de estas emociones están, precisamente, en esos Poemas bajo tierraque hablan del pedestal de flores, de pájaros, de lluvia, siempre buscados como "lejanía de proximidad".

Desde el comienzo el poeta iniciará un diálogo con "aquel bello pariente de los pájaros", hermosa imagen usada para nombrar a la poesía que se ha posesionado de su alma y de su vida. Él, a pesar de las sonrisas del estambre rojo del verano, de los "ríos de perfume", de los "cabellos rubios", la conmina y le dice:

Poesía, no quiero este camino
Que me lleva a pisar sangre en el prado
Cuando la luna dice que es rocío
Y cuando mi alma jura que es espanto.

¡ Poesía, no quiero este destino !
¡ Llevate tus sandalias ! ¡ Devuelveme mis manos !
(Aquel bello pariente de los pájaros)

¿ Que pudo acontecer a este muy joven poeta cuyos referentes primeros son todavía el mundo del hogar, del barrio, del paisaje, para presagiar un destino ubicado entre el éxito literario y la ausencia de su alma ? Indudablemente, además de la tendencia subjetiva general, la respuesta tiene que corresponderse, en lo social, con la situación política del país por aquella época, pero desde una perspectiva muy íntima.
Estos versos denuncian con claridad esa irresistible forma de ponerle un color triste a los recuerdos:

Todos mis sufrimientos, esta noche
Giran en torno a mí
Como los cuervos.
(Todos mis sufrimientos)

Un sauce con regalos
En medio de la casa. Árbol de navidad.
El tiempo ondea sus cajitas de lágrimas
Lloradas.
(Un sauce con regalos)

Hoy hemos almorzado de memoria

(...)

Ya nadie vendrá nunca.
Contando alguna tarde de provincia,
Hoy nos hemos comido para siempre las rosas.
(Hoy hemos almorzado de memoria)

Mi infancia fue una mano
Donde cabía el mar
Donde los astros
Cabían como hoy caben mis ojos en el llanto.

(...)

¡ Ah, noches que la luna se bebiera !
¡ Ah, juegos convertidos en nadie, desolados !
(Mi infancia fue una mano)

A continuación uno de los poemas dedicados a su padre, el notable pintor César Calvo de Araujo (Artista nacido en Yurimaguas, en 1910, que plasmó en imágenes plásticas y luminosas el paisaje y la vida de la región amazónica).


César Calvo de Araujo, "el Pintor de la Selva"

La figura paterna se torna central dentro de este gran cuadro pintado de ausencias:

Mi padre llegó ayer. Ha parecido
una partida más este regreso.
A mi llanto he subido para verlo
perderse por la cuesta mas honda.

¡ Que ganas de decirle que estuvimos
esperando sus pasos
para seguir muriendo !
¡ Que ganas de que nada, que sus cartas
nunca escritas
nos llegaron sin falta !
Pero la casa
calla,
Y todos caminamos
de puntitas para no despertarla.

Mi padre llegó ayer. No sé quien baja
a media asta los días de febrero.

Mi padre llegó ayer.
Y está más lejos.
(Mi padre llegó ayer)

Estos hermosos versos nos remiten al poema de Vallejo Los pasos lejanos:
Hay soledad en el hogar; se reza
y no hay noticias de los hijos hoy.
Mi padre se despierta,ausculta
la huida a Egipto,el restañante adiós.
Esta hora tan cerca;
si hay algo en él de lejos, seré yo.

Veinticuatro años más tarde, en Como tatuajes de la piel de un río (1984), César Calvo retomará con fuerza estos temas que le obsesionan tempranamente: la ausencia del padre, la casa de sus juegos y dolores infantiles. Dirá en un poema que no lleva título:

¡ Era de noche siempre ! ¡ Era de noche
siempre oigo el sigilo
de esa invencible ausencia que atraviesa
la tibia casa en que (ya no) vivimos !
(pag 73)

Poemas bajo tierra es un Libro - ventana que contiene, en forma larvaria, mitos y utopías que el poeta se encargaría de elaborar con los frutos de la trascendencia. Libro - ventana que apunta más hacia adentro que hacia afuera. De allí el tono velado de los versos en claroscuros que se empapan de sugestiones y reminiscencias. El propio título Poemas bajo tierra tiene la misma carga significativa que el título general Pedestal para nadie. El poeta busca para sus libros nombres análogos que tengan la misma atmósfera, un aire similar con los cuales quiere aludir a la poesía, a la ausencia, a la forma como mira a su país y al mundo, a la vida, a la muerte.

Este tono lírico persistirá en el colectivo (escrito con Javier Heraud) Ensayo a dos voces, y en Ausencias y retardos. Aquí la palabra poética se expresa con coraje, con una modulación y un acento más personal que en Poemas bajo tierra - en el cual resuenan los ecos de César Vallejo y Juan Gonzalo Rose -. Ahora el alto lirismo de las rosas del jardín se conjuga con el crepúsculo de los bosques, en una suerte de recuerdo y premonición. Veamos estos dos tonos unidos por la impronta de la ausencia:

Ni el olvido
sabrá de este regreso.
Apenas si el aroma
de las tardes
al esculpir sus rosas
en el viento,
hablará de nosotros.
Y desde nuestro solaz
soledades, seguirán
extrañándonos los ecos.
(En Ensayo a dos voces)

¿Es cierto que allá en Vermont los geranios
otoñan las tristezas ?

¿Es cierto que allá en Vermont es agosto
y en este mar, ausencia...?
(Otoño en Vermont)

A estos versos que nos cautivan por su delicada melodía se han de unir aquellos otros con su furiosa carga de imágenes que fluyen con mayor audacia bajo un tono épico y onírico:

Y antes que el crepúsculo descienda de los bosques
a tenderse en la arena como un lagarto
acuchillado,
desgárrate los muslos con mi flecha de seda
y en el centro del sueño deja entonces que me hunda
bajo las plumas rojas y lentas del otoño.
(Poema "VI" de Ausencias y retardos)

Es la hora también en que el amor se perenniza através de notables poemas que le van marcando al poeta un aura de enamorado y enamorador de las palabras. Él las toca, las seduce, ls acaricia; las golpea y las hace decir cosas inimaginables. El poeta continúa erigiendo su pedestal para las "ausencias y retardos" ¿Con qué contrarresta su soledad y esas primeras obsesiones en tono de elegías? Sin duda lo que ha de salvarlo para no despeñarse en el vacío será la propia palabra: su brillo y su sensualidad. La palabra es el ser del hombre. Y en este bucear hacia el ser rompiendo las barreras del tiempo y del espacio, la valorización indiscriminada de lo personal revertirá en lo colectivo. Ello le permitirá establecer una comunicación mucho más fluida entre los hombres en su deseo de desterrar la soledad estéril e instaurar el reconocimiento de cada uno en el otro, dentro de una suerte de encadenamiento de universos, siempre misteriosamente luminosos y fraternos. Por esta senda, César Calvo publicará dos poemarios en donde se evidencia aquella relación entre la palabra y la conciencia que tenemos de la condición personal y del entorno, con los cuales estructuramos nuestra propia existencia. Ahora sus sueños son también sueños de los otros.

En El último poema de Volcek Kalsaretz y en El cetro de los jóvenes hay junto al revestimiento de la palabra conciencia y emoción social, compromiso con los ideales de justicia y libertad.

Era entonces la vida
como una jarcia al viento;
en los altos establos o en la noche
el día de tus aguas
rodeaba mi corazón,
y sobre ágiles campos de cebada, tú,
cómplice de mi infancia,
Drawa de labios húmedos,
inventabas los juegos y cantos.

Todo nacía de tu mano azul, todo volaba,
oh río de ojos claros, como claro milagro.
(El último poema de Volcek Kalsaretz)
Y bajo de la tierra perfumada
y herida, la mano que abre un río
y sostiene los árboles, el vuelo
de los pájaros, la lluvia:
levanta nuestro canto.
¡ Poder, alto y perpetuo
pino de relámpagos, roja es tu voz
como la blanca hierba
de la libertad, implacable
es tu amor, nuestro tu canto !
(El cetro de los jóvenes)

El cetro de los jóvenes se ubica, entre otros, en el contexto de las guerrillas románticas del MIR encabezadas por Luis de la Puente Uceda, y de las del Ejército de Liberación Nacional de Héctor Béjar. A partir de estos dos libros - El último poema de Volcek Kalsaretz y El cetro de los jóvenes - aparecerán otros referentes geográficos como la selva y los andes. Ese jardín interior que floreciera inicialmente en el alma de calvo con sus flores perfumadas, se irá tornando mucho más umbroso y esencial, lleno de encrucijadas y abigarramientos, regado con un licor y una savia vegetal que profundiza en la historia y en la colectividad peruana.

Pedestal para nadie es un libro totalizador que cohesiona todos los caminos poéticos anteriores. Desde aquí - desde esta unidad del poemario - parte esa ansia de expansión de la poesía que unifica lo interno y lo externo, lo espiritual y lo material, la raíz y la altura, la tierra y el cielo, el fuego y la esperanza, la muerte y la vida, lo objetivo y lo subjetivo, lo esencial y lo existencial, lo mágico y lo real, la espiritualidad y la sensibilidad, el sueño y la vigilia.

Dueño de sus recursos expresivos el poeta continúa creciendo y se abre al mundo con una vigorosa filosofía, plena de intuiciones y conocimientos:

Acaso así encontraremos una buena razón
para morir
y dejemos de ser
el cuerpo solitario en la ribera
para ser la ribera, el río mismo,
dos cuerpos abrazados que al hundirse
se salvan.
(Poema sin título, p.162)

Permaneció en la ventana
durante largos, largos años,viendo
caer las hojas, la nieve, viendo caer
las hojas
y la
nieve.
Cuando se acordó de sus hermanos
éstos ya eran un pedazo de hierba.
Él durmió feliz : aquella noche
descubrió que los árboles
pierden sus hojas, que la nieve es blanca.
("El sabio")

Sin duda Pedestal para nadie alude singularmente a la propia poesía. Hay allí un texto que lleva el mismo nombre y que dentro de su evanescencia polisémica nos coloca en el pedestal de la poesía, es decir, lejos de los aplausos y galardones, y se manifiesta a través de un temblor existencial que revela lo absurdo y hasta lo cómico de la condición humana:

La Señora que anduvo siempre en hija
o en nieta, nunca en madre, o en sus bucles de mármol,
en verdad es de ceniza,
se deshace y se aleja como un montón de viento
y la Señora es viento entre dos vientos
y un repique, al borde, siempre al borde
de pararse en la punta de un cabello
como la cuerda de un reloj o como
algo de cualquier cosa que ya nunca.

En el mismo poemario encontramos versos con la misma impronta y cuya implícita mención a ese "pedestal para nadie", evoca lo invisible, lo soterrado, lo caído, lo vejado :

Desmoronado ya, él en su estatua
nace de otra caída,
pero solo la hierba es memorable,
araña delicada, su hilo pánico
- la narración de nuestra oscuridad -
Al fatuo pie de mármol lo desanda.
(Resonancia)

Indiferente rumbo a nadie
va su penumbra en esplendor, de prisa
pasa caída en un peldaño, capa
que ni sus propios pueden ver, la pisan.
Al fondo humea un vals: alguien la llama
de memoria, una boca que se ahoga
mientra al borde del abismo bailan.

Y tarde, pero a tiempo, la deudora,
burdel de mármol, púlpito de mármol,
mármol ya de ceniza, entra en la sombra.
(Muy poca frente para tres coronas)

Si desde el inicio de su carrera literaria César Calvo no tuvo ese pedestal del padre en qué asirse, en qué afirmar su desarrollo de infante a hombre, ahora el poeta lo busca, igualmente pero en otros materiales menos deleznables, más consistentes: en los de la escritura. Y es que la poesía fue para Calvo como una piedra angular donde se asienta el silencio y los recuerdos, la memoria mítica y ancestral. A la postre, en la búsqueda de la fuente original, los mitos del padre se encarnaron en él.


César Calvo en su Torre de Chaclacayo

Dos notables libros de prosa y poesía certifican este auscultamiento y búsqueda del ser y de la figura paterna en las mismas entrañas de la selva y el ande. En Las tres mitades de Ino Moxo (1981) y Edipo entre los Inkas (2001), César Calvo se hunde en el meollo mismo de la palabra primitiva - no eurocéntrica - en la reflexión psicoanalítica, onírica, en el mito y la historia, en los estados alucinógenos del ayahuasca, en el tiempo inmemorial, en la oralidad. En el centro de este apretado universo, se yergue la palabra desnuda de retórica, sin literatura. La construcción de este pedestal erigido con la imagen del padre, implica también su destrucción y su liberación:

En el instante en que él abrió los brazos
al mundo, lo enterraron.
Suyo era el ojo de las esmeraldas
cantando en la otra orilla. Lo enterraron.
("Reloj de arena")

Quien llegó tarde de su oscuridad
no ha de tener memoria.
Sus nombres y sus cuerpos jamás se encontrarán.
Solamente en el agua
serán sus iniciales grabadas a navaja.
("Ojo de estatua")

El profundo amor que César profesaba a su padre, tuvo, desde su primer libroPoemas bajo tierra, un tono doliente y elegíaco :

Mamá, lo siento mucho. Dí a mi padre
que no vaya avenir para llorarme.

César duerme por fin. (Tanto lo vimos
- ¿recuerdas?- por las noches, levantarse
alto como un abismo, a escribir calles).
Hoy no podrás siquiera reprocharle.
Hoy no ha llegado tarde, llegó en punto.
Llegó en punto a acabarse.

Lo siento mucho,madre.
¿Quién habrá ahora de cuidar los días?
¿Quién ha de discutir con el silencio,
en alta voz, para trizar la ausencia?
En vano lavarás sus ademanes
danzando sol en hondas azoteas.
Pero no vayas a llorar, tú sabes:
las lágrimas, de noche, lo despiertan.
Además mira como sube el aire
la risa que ha soltado su cadáver.
(Ella quedará en casa como el eco
de un callado domingo interminable).
No vayas a llorar. Él fue culpable.
Mejor seca los años de Guillermo,
abrázalo a tu vida, madre, ¡abrázame!
Después podrás llorar.
Y yo también,
no creas.
Sin que lo sepa
nadie.
("Pésame")

En su último libro de versos Como tatuajes en la piel de un río, veremos cómo se ilumina de manera explícita con una luz cenital, lo que el poeta quería ocultar en sus textos anteriores. Ya no requiere de metáforas ni de imágenes oscuras para colocar en esa columna que ama el busto de la poesía, forjada con toda la pasión de su exitencia, con toda la similitud que existe entre lo poético y la vida.:

Caída desde un soplo del pedesatal, mi frente
entre la hierba, aún así, hundida
por el invicto peso de lo ausente, dirige
el curso de los astros y su fulgor suicida.

En vez de derribarla, amo mi estatua.
Al pie de sus cenizas, a envejecer, me tiendo.

Amo esta biblioteca sin sentido.
Esta boca de hueso,
Mi voz, mi nada y su caballo ciego.
(poema sin título, p. 47)


César Calvo en su Departamento de Chaclacayo

Podemos decir, finalmente, que junto a esa dualidad de su existencia (melancolía - valor, ausencia - certeza, desesperación - esperanza, a la que entra en sus años de madurez con una virilidad serena) hay un combate que existe en sí mismo y que se emparenta con ese otro gran combate de las tendencias y las ideas en las que participó como la mayoría de su generación. Del "yo" personal, privado de su primera jornada poética, pasó a ese "yo" objetivo que sabe decir "nosotros": es el "yo" de todos, con el cual el poeta se identificó en búsqueda de la felicidad y de la sabiduría de vivir. A todo esto corresponderá en sus versos la insistencia de palabras como fuego, frío, invierno, otoño, sol, hojas, bosques, ríos; las cuales se vinculan a esta búsqueda de protección y comunión social. Por ello la ausencia del padre - que como hemos visto fue una tendencia constante de su poética - se extendería a la ausencia de la patria, de la sociedad, del amor - el poeta nunca estuvo "encontrado" con el amor a pesar de su intensa vida afectiva -. Y su obra fue, entonces, una travesía constante, una búsqueda sin descanso en pos ahora de aquella luz ausente que representaba a ese Perú ignorado o conocido a medias. Siendo la propia poesía, por naturaleza, lo más invisible en cuanto a percepción inmediata, quiso buscar respuestas en ella por lo más huidizo y al mismo tiempo más sólido. Y fue en pos del mismo misterio, remitiéndose a los mitos y leyendas de la selva y de los andes para encontrar allí lo prístino y auroral de la raíz y de sus orígenes, para abrazarse con su padre, con la madre tierra, con sus semejantes, con su país. Desde este pedestal afectivo, el poeta tendría conciencia lúcida de para qué se escribe un poema :

"Se escribe un poema para hacer más fraternos a los hombres,
o para intentarlo,
o sea para que la poesía sirva para alguna cosa.
Se escribe un poema para no sentirnos
el centro
del mundo.
(...)

Se escribe un poema para que el poema nos acompañe,
para no estar tan inexplicablemente solos".
(Conferencia Autobiográfica - Instituto Italiano de Cultura - 1974)

Manuel Pantigoso
Vicionario N° 5, Setiembre 2010 - Vicio de la palabra y la belleza

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Edita Dr Guillermo Calvo Soriano

Autobiografía - Conferencia en el Instituto Italiano de Cultura 1974

César Calvo - Foto de Eva Lewitus

Conferencia ofrecida en el Instituto Italiano de Cultura el año 1974

Para comenzar de alguna manera y no por el comienzo, confesaré que mi primer intento de libro fue escrito por varios amigos allá por el año de 1958. Juan Gonzalo Rose, Javier Dávila Dourand, Germán Lequerica y César Calvo, entre otros, me regalaron esos derechos autorales con sus respectivos asientos en el pre-Parnaso. Lamentablemente, no pude gozar tan fraternos obsequios pues el poemario (incautamente titulado "Carta para el Tiempo" e inmerecidamente mencionado en el Primer Concurso Hispanoamericano de la Casa de las Américas), el poemario, digo, no llegó a publicarse jamás. Y no llegó a publicarse jamás debido, entre otras razones, a que uno de sus autores sucumbió a la espléndida iniciativa de quemar los originales. Debo decir que los quemé también en mi memoria.

Hoy sólo recuerdo brumosos perfiles y no versos;
una temperatura sedosa o arisca o fatua; un aliento de cortinas y de infancia, 
y acaso si los nombres de los personajes, de los queridos reinos que atravesaban sus páginas, que subieron por ellas y bajaron como por la escalera quebrantada del vecindario limeño que me aprendió a vivir.

Entre aquellos poemas incendiados habían también cantos que anhelaban ser políticos, - porque en ese entonces todos los visitantes, todos los habitantes de este mundo tenían diecinueve años dentro del corazón, dentro del mío; y ustedes, por ejemplo, eran altos y pálidos y hermosos en mi memoria o en mi desconocimiento; 
y yo me negaba a recién-salir de una adolescencia alborotada, prefería confundirla y confundirme con mis propias hambres de escribir y existir, y me era otoñal, me era gélido, me era muy difícil aceptar los distingos entre rebeldía y delincuencia, 
entre amor y cuerpo en llamas, entre palabra confiada y balbuceo altisonoro escrito 
(equívocos que, por lo demás, suelen seducirme hasta la fecha). 

César Calvo en San Marcos 

Llevaba ya tres años en la Universidad de San Marcos y dos en el Frente Estudiantil Revolucionario- Más deseoso de agradar escribiendo arengas que de trabajar rastreando poemas, me gané el tiempo de puro perderlo: rondaba a las cachimbas melancólicas y recitaba en las aulas y en los mítines, esquivando las expresiones crítico-lacrimógenas de la Guardia de Asalto, cuando no, respondiendo con palos a los discutibles criterios estéticos de la matonería del Apra. 

En 1960, paralelamente a mi furtiva participación en un frustrado grupo de guerrilla urbana que organizaron varios compañeros, varios amigos igualmente imantados por la heroica experiencia de Fidel Castro, escribí mi primer cuaderno que creo que verdadero: 
"Poemas bajo tierra". Esos versos compartieron con los cánticos de El viaje de Javier Heraud, el primer premio en el concurso "El poeta joven del Perú", llevado a cabo por el incurable empeño del poeta Marco Antonio Corcuera. A fin de adelantar algunas excusas surrealistas de mi arte poético y mi vida, debo declarar que me fue más problemático cobrar el premio que escribir el libro premiado. El asunto fue así: con Mario Razzeto, también distinguido, como se dice, en aquel concurso, partí un atardecer rumbo a Trujillo, donde nos esperaba Javier para recibir los cheques correspondientes. Pues bien. 
No llegamos a tiempo a raíz de un lamentable error de la policía política de Prado, 
la cual -confundiendo a Mario Razzeto conmigo, y a mí con Mario Razzeto, 
ambos entonces con orden de captura- nos apresó a la altura del río Chillón 
(río de nombre muy apropiado) y nos devolvió amablemente a Lima, a uno de los sótanos de Radiopatrulla de la Guardia Civil, en La Victoria (barrio de nombre igualmente apropiado). Para recuperar nuestra libertad, y siguiendo los ordenamientos parasicológicos descubiertos por Dadá ha mucho tiempo, Mario Razzeto y yo no tuvimos más remedio que falsear y/o intercambiar nuestras identidades. 
O sea que Mario Razzeto se hizo pasar por Mario Razzeto, yo me hice pasar por César Calvo, y así -dejando atrás a un comisario confuso para siempre- pudimos cosechar, como se dice, algunos ralos aplausos trujillanos al día siguiente de la entrega de premios.Pero sospecho, con terror, que no estoy aquí para hablar de esas cosas sino de otras peores, si cabe. Intentaré intentarlo. Al parecer, se trata de exponer cómo escribo. Y por qué. Y para qué. Diré de antemano que me lo he planteado varias veces y que nunca he conseguido sonsacarme una misma respuesta. En un primer momento (y eso que no existen los primeros momentos), llegué incluso a declarar que yo no era poeta, que yo escribía únicamente para demostrar que la poesía no era privilegio de los poetas. Cuando lo hube demostrado (por lo menos a mí), dejé de creer en ese anzuelo para cocineras trágicas, no sin antes haber fatigado unas cuartillas que todavía andan por ahí engrosando ciertas antologías de poesía revolucionaria. 
Era la hora de las manifestaciones obrero-estudiantiles contra la dictadura de Odría, 
contra la dictablanda de Prado, hora de reuniones clandestinas en la Juventud Comunista. Luego, en 1961, Javier Heraud y yo quisimos escribir juntos un libro, un Ensayo a dos voces. Sólo conseguimos trabajar el poema inicial. Era la hora de la fraternidad absoluta; devoradora de tardes y caminatas insaciables. La hora de la generosidad absoluta y compartida. Aceptábamos poetizar únicamente como resultado de un asombro común, colectivo en su origen -en sus garfios oscuros- y colectivo en su finalidad, en su búsqueda, en su abordaje y sus revelaciones. 
Después, poco después, me ocupó totalmente la certeza de que sólo podía escribir 
sobre un cuerpo sediento, encimado al relámpago perpetuo del que habla Manuel Scorza, 
amarrado al jadeo como a la única hoguera que podría salvarnos o -para repetirse- 
escribir como quien galopa por una playa infinita, desnudo y bañado en sangre, 
dando gritos de goce y de victoria... Así abracé (con c y con s, de brasa y abrazo), 
así abrasé los versos de "Ausencias y retardos", editados en 1963.
Después hice canciones. Aquí, por ejemplo, pierdo nombres, armarios cálidos, pierdo cosas que me ocurrieron con tan breves, con tan eternos hermanos. Estoy pensando en Samuel Agama, en Arturo Corcuera, en César Franco, en Reynaldo Naranjo, en 1958, 59, 60 y más. Mucho más. 
Y al mismo tiempo quisiera no recordar nada, porque uno disfraza, uno se disfraza al volver hacia atrás los ojos, se pone los gestos en la nuca, el cabello en la cara, no se ve nada. 
O ve lo que quisiera haber visto, lo que quisiera haber vivido. Bueno... Dije que hice canciones. Y debía decir que hice otras canciones. Canciones a mi padre, a mi primera casa, a los amores eternos cada vez más fugaces, a las plazas de pequeñas ciudades, a los invencibles hermanos de Cuba, a los puentes insomnes, a los compañeros que combatían desde el MIR y desde el Ejército de Liberación Nacional.

 César Calvo, Carlos Hayre y Reynaldo Naranjo

Algunos de esos cantos fueron grabados con Carlos Hayre y Reynaldo Naranjo en un disco que ya no recuerdo. Otros los recogió Chabuca Granda y Luis Gonzáles. 

Otros se perdieron así nomas. Y otros adquirieron vanidad de poema, se divorciaron de sus lentas músicas y fueron a parar a un nuevo intento de libro, "El cetro de los jóvenes", publicado en la Colección Premio de la Casa de las Américas, en 1966. 

Era la hora del infructuoso, del temeroso apoyo urbano que ofrecimos al movimiento guerrillero; la hora de las reuniones de etiqueta de donde salíamos a hurtadillas para poner bombas en la noche inofensiva, vanos estruendos en ciertos rincones de la impasible Lima.En resumen, ni antifaz ni peligro verdaderos. Sólo la desperdiciada posibilidad de un suicidio generoso -siempre al servicio pero nunca a tiempo- que yo busqué negándola, cambiándome de nombres en hoteles de engañosa memoria, hasta que un día desperté sin distinguir en realidad mi rostro, perdido entre máscaras como un naipe en un mazo de barajas ajenas y gastadas. Juan Pablo Chang, con otras palabras, me diría después, en París, generosamente, que fue la soga del ahorcado la que no pudo sostener nuestro cuerpo, y que por ello aquel dudoso arrojo terminó con un palmo de narices en tierra, al pie del árbol. Palabras. Palabras puesto que él, como Javier, tuvo el coraje de hallar un árbol fuerte, una rama saciada en cuya sed morir, en un momento desesperado que nos metía los ojos hacia un callejón sin salida, y acaso era preciso colmar el abismo con nuestros cadáveres, a falta de otros puentes. Y en el fondo de todo, aquella soledad que inventa sentimientos y que inventa poemas, y en cuya compañía suelo aún descubrirme el corazón en el lugar del pómulo -así dice algo escrito-, el corazón en el lugar del pómulo, los gestos del adiós anticipándose a la mano, y a un gran vacío en medio no sé si del amor o de los brazos. 
Si es que no me distrae la memoria. Y es entonces que escribo... 
Nunca del mismo modo ni por los mismos rumbos, ni con el mismo paso ni a la sombra de una misma lámpara.
Todo lo que he dicho antes, todo lo que he sido antes, se ha juntado, tal pareciera, 
en una única boca. En una palabra. En una letra sola, emparentada desde hace siglos 
con las grandes estrellas aún no descubiertas. Siento que cada libro, cada poema, cada verso, obedece a sus propias, intransferibles leyes. Tiene su tiempo de luz, como las vendimias, y su sed de llorar, como los hombres. 
De allí que definirme resulta tan fácil e imposible al mismo tiempo. 
Pienso en Nicanor Parra y en las incansables respuestas que nos dimos una tarde, 
allá en lo alto de su casita en los andes chilenos, cuando nuestros hermanos del Sur 
vivían mediodías nocturnos y no la pesadilla de traiciones y sangre que resisten ahora, y cuando Enrique Lihn exclamó de pronto en el centro de un gran vaso de vino: 
¿Para qué coño se escribe, a fin de cuentas, un poema? 
Y aquí voy:

Se escribe un poema para sentirse el centro del mundo.
Se escribe un poema para hacer más fraternos a los hombres,
o sea para intentarlo,
o sea para que la poesía sirva para alguna cosa. 
Se escribe un poema para no sentirnos el centro del mundo.
Se escribe un poema para ahuyentar a una muchacha.
Se escribe un poema para ayudar a la Revolución.
Se escribe un poema para que los maridos nos odien mucho más. 
Se escribe un poema para que el poema nos acompañe,
para no estar tan inexplicablemente solos.
Se escribe un poema para duplicar el orgasmo
o al menos para ponerle un espejo delante.
Se escribe un poema para no tener tiempo de hacer otras cosas,
como por ejemplo para no tener tiempo de sufrir.
Se escribe un poema para que nuestra tía más querida 
pueda decir a todos que tiene un sobrino que escribe un poema. 
Se escribe un poema para rascarse la barriga en la playa,
para emborracharse en Surquillo 
sin que a uno lo asalten los señores chaveteros,
para darse un descanso entre polvo y polvo, 
para hablar de ello en el Instituto Italiano de Cultura, 
para que a uno lo consientan todo, 
para que a uno no le consientan ni un comino.
Se escribe un poema para que los psiquiatras no nos cobren, 
y para que aquella rubia se sienta inmortalmente poseída,
y para que el general Velasco lea estas líneas
y sepa que Avendaño sigue preso
por orden de una culebra disfrazada.
Y se escribe un poema para viajar a los congresos de escritores
con todos los gastos pagados,
y para ponerle el cascabel al gato,
y para poder comer con la mano en los salones
si nos viene en gana, 
y para morirse de hambre 
y también para no morirse de hambre 
y para quedar como un perfecto cojudo en todas partes, 
y para usar calzoncillos de colores sin que 
se nos acuse de maricas, 
y para que ciertos cadetes nos dejen a solas con sus novias
creyendo que lo somos.
También se escribe un poema para no afeitarse nunca,
para ir al baño sin remordimientos, 
para ir al comedor sin remordimientos, 
para ir al dormitorio sin remordimientos, 
y se escribe un poema para sentirse culpable de todo
y con esos materiales llegar a escribir algún poema. 
Y también se escribe un poema para reírse a gritos 
Y para vivir también se escribe un poema. 
Y para tener un pretexto para no vivir, etcétera. 
Y a propósito de etcétera:
Se escribe un poema para no escribir cosas peores, 
como cartas de amor, cartas financieras, 
facturas por pagar, tratados de filosofía miraflorina,
Y se escribe un poema por incapacidad, 
cuando se ha fracasado como wing derecho en la
selección del colegio, cual es mi triste caso. 
Y se escribe un poema para intensificar la vida, 
como dice Stéfano Varese. 
Y se escribe un poema, finalmente, 
se escribe un poema para que en algún lugar del mundo, 
mañana o dentro de veinte años 
la pareja que está por suicidarse alcance a leerlo, y desista, 
desista por lo menos unos días, 
y comprenda que la vida 
es siempre hermosa 
a pesar de la vida... y a pesar del poema.

Pero estaba hablando, creo, de París. Y de un amigo. Algo de un árbol y una soga, algo de un palmo de narices en tierra. Precisamente en París terminé un libro que inicié en La Habana, allá por 1968. En realidad lo concluí - en 1970 -, ya en Lima. Se llama "Pedestal para nadie", y no le gusta nada a Fito Loayza. A Leoncio Bueno, en cambio, lo apasiona. 
Mi vanidad se inclina hacia Leoncio, como podría esperarse. Bueno, este libro está dedicado a un gran compañero en ia amistad y en la poesía: Carlos Delgado. Carlos me ayudó a corregir varias cosas y podría decir demagógicamente, que algunos de sus aportes hicieron merecedor, a este libro, del Premio Nacional en el 71 o en el 70, por ahí. 

Y aquí he escrito unas líneas sobre ello, porque sino se me pierden.
"Pedestal para nadie" es, en verdad, mi primer libro, por cuanto en él atisbo puertas que antaño descifré a oscuras; logro mirar entre la cerradura y veo, allá delante, detrás de las maderas, colinas que resplandecen en los cuartos, veranos habitados de fuerzas y países, parejas innumerables colmadas como sueños de anticuario, toda esa forma de soñar y vivir poesía que perseguí tantos años sin saberlo. Allí, como en la vida, nunca hay un solo tema que se inicia, desarrolla y concluye, sino constelaciones, constelaciones impredecibles, que se rozan a veces para nada y a veces para siempre. Nunca una sola vida o su reflejo breve, sino infinitas brevedades, eternidades efímeras que se entrelazan aniquilándose, que se entrelazan alimentándose. 
El asunto son varios y es ninguno. No hay asunto: hay ritmo. No hay ritmo: hay el fantasma de un oleaje, sus cabellos en la playa, invisibles y amargos, de mármol, hechos de mármol y de memoria. Y el poema no es el reflejo de la vida. El poema es la vida. Naturalmente, las posibilidades y el sentido de esto me nacieron después de haberlo escrito, conversando un día con José Miguel Oviedo, quien me impulsó a insistir y a insistir. 
Porque ahora creo, además de no creer, creo que la poesía es como el bastón de un ciego, que con ella en la mano es posible seguir el camino pero no es posible verlo ... 
Es como si todas las personas que uno ha sido en su vida, como si todos los países, los destinos, los desatinos y los resplandores que uno ha sido en su vida, se turnaran la dirección del rumbo, y de esa gigantesca migración de oscuridades naciera la mañana como detrás de una cortina inesperada. Ahora que digo esto, siento que uno de aquellos que ya he sido me lleva de la mano, me conduce como un ciego que conduce a otro ciego, y las aguas despiertan bajo mi pie, y sólo puedo presentir en sombra esas luces que otros han de beber y han de mirar cantando. 
Y aquí tal vez radique la más alta generosidad de este insondable egocentrismo que los entendidos han dado en llamar poesía. Y me viene Vallejo: ¡qué ganas de quedarse plantado en este verso!, porque no tengo la menor idea de qué es lo que ustedes quisieran escuchar de mí, y por si fuera poco, yo no sé hablar en prosa... Para salir del pozo y no del paso, tendré que apelar una vez más a la memoria.

Nací el 26 de julio (o el 24) de 1940. Cursé la primaria en la Escuela Primaria "Pedro Tomás Drinot" número 414 de Lima, y la secundaria en el Colegio Nacional Hipólito Unanue. 

Jirón Carabaya N° 413 - Tercer piso, último balcón a la derecha.

Crecí en un vecindario del jirón Carabaya, entre gente inolvidable: Pluma, Manteca, Currurra,Cara'e sopa. Entre formidables muchachos, Juan Munar, Miguel Inza, la "conga" Ana y entre hijos de zapateros remendones, gente hermosa, canillitas de mi edad y de mi pobreza, y otros amigos que me observan desde aquel entonces, parados en su orgulloso asombro. 
Algunos admiran el que me haya dedicado a escribir cosas, así dicen, aunque secretamente habrán de reprocharme que no haya seguido robando carros a su lado; otros me reprocharán que no trabaje en un Banco; otros, que haya perdido tiempo con la política y otros, que no me hayan durado más de tres meses las esposas... Entre ellos he crecido, pues, si es que he crecido...Vivo ahora en todas partes y en ninguna. 
Duermo donde me sorprende la noche o el deseo, pero conservo todavía aquel cuarto salobre, en el tercer piso de la cuarta cuadra del jirón Carabaya (lo paga mi hermano Guillermo, y por él he sabido que el alquiler sigue siendo casi el mismo:
 ochetaitantos soles al mes). 

No puedo dormir muchas veces bajo el mismo techo, ni en la misma ciudad, ni con el mismo cuerpo. Será porque he viajado desde temprano o, según célebre frase del extraordinario creador que es Emilio Adolfo Westphalen: cómo será pues. El hecho es que he podido recorrer muchas gentes en mi vida, muchos países. Fui por primera vez a Europa, representando al Ejército de Liberación Nacional a un Congreso de Juventudes en Bulgaria. 
Las ciudades que más me han conmovido son Praga, Río de Janeiro, Cusco y París. Odio Lima. Volveré al Cusco pronto, cuando Avendaño esté libre y los gusanos se hallen lejos. 

Soy el segundo de cuatro hermanos. Mi padre era pintor, y era también mi hermano. 
Los demás son: Graciela (que además es mi madre),
 y después vienen Helwa y Nanya, y Guillermo. 

No me gustan las drogas ni el alcohol (quiero decir que puedo prescindir de ellos). 
De cualquier casa, siento verdadera pasión por la cama, el escritorio y la cocina 
(quiero decir que entre cocinar, escribir poemas y hacer el amor, 
yo encuentro más parecidos que desemejanzas). 
Amo a este país y creo que lo amaría igual si hubiese nacido en otro, así como amo tantos países que sólo he conocido desde un avión en vuelo. Creo, sin embargo, como Guillermo Thorndike, que el mundo es una mierda. No el mundo que estamos construyendo, naturalmente, sino la podredumbre que heredamos, esa amarga fanfarria de transistores, automóviles y etcéteras; esa máscara de feriante, ese biombo de prostíbulo que sólo puede encandilar a los ingenuos al grado de ocultarles el mundo de injusticias y barbarie, el mundo de hipocresía y de terror, el mundo de niños envejecidos y de bombas atómicas, el mundo de mierda que ya estamos devolviendo a su lugar de origen.

Creo firmemente en la amistad y en el amor. Los desencantos me llegan, ni siquiera me llegan: sigo creyendo igual. Creo en la amistad, en el amor, en la igualdad de los hombres, en el sicoanálisis de Max Hernández, en nuestro padre Freud, en nuestro abuelo Marx, y en todo lo que no creen, por ejemplo, los fascistas. 

Creo firmemente en el advenimiento de un mundo justo y digno, sin explotadores, sin hambre, sin penumbras. Un mundo donde se enseñe, como dice Pablo Vitali, donde se enseñe a nuestros hijos que es más importante tener un amigo y no un televisor, tener una conciencia limpia y no un automóvil último modelo. Donde se enseñe que las cosas son verdaderamente nuestras solamente cuando son compartidas, sólo cuando no han nacido de las hambres ajenas, de las penurias ajenas, sino de las mutuas alegrías y los empeños generosos. Y creo que ese mundo lo haremos ahora, y lo haremos con armas invencibles, escribiendo y amando, y cantando. Y lo haremos aquí, en esta tierra dura, y no en algún sedoso paraíso celestial (tan peligroso, a estas alturas de la ciencia, tan colmado de asteroides en vez de ángeles). 

Mis primeros versos, por ejemplo, no eran míos. Por eso creo firmemente en la poesía. 
Mis primeros versos los escribí a los doce años y eran plagios de José María Eguren. 
Poco después de descubrir a Eguren y a Vallejo (cuyos libros me fueron obsequiados por mi madre, quien tuvo que ayunar para comprarlos), poco después, digo, tuve que echar por la borda una magnífica carrera de plagiario, por culpa de mi abuelo Victor Fuentes Soriano... 

Don Víctor Fuentes Soriano

Fue la tarde en que descubrí su cabeza, blanca, sobre la almohada consagrada a sus siestas de verano. Me dio una pena horrenda verlo así, canoso, abandonado al sueño, indefenso, supongo que ante el tiempo, y me fui a esconder en la azotea conteniendo las lágrimas. 
Allí, avergonzado y solo, contemplando un paisaje de techos ruinosos, 
escribí a mi abuelo una larga carta pidiéndole que no envejezca, y vaya a saberse por qué tuve que redactar aquella carta en verso...! 
Creo que así comenzó todo.
Desde aquella tarde, vengo haciendo todo lo imposible para no ser poeta. 
Y francamente, no sé qué más decir. Les ruego me disculpen.

Poeta César Calvo Soriano.

(Lima, Instituto Italiano de Cultura, 1974)

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Edita Dr Guillermo Calvo Soriano de Lima - Perú.