Una amiga íntima recuerda a César Calvo
Texto publicado en el libro César, siempre.
Lima, octubre del 2012.
Igor, César Calvo y Cecilia Barraza
Frágil Consuelo
Me han pedido que hable de ti, y yo tan sólo quisiera hablar contigo, ya sabes cuánto disfruto de tu compañía,
tienes la rara virtud de divertirme hasta las lágrimas,
tu añadirías que lo “festivo contiene una alegría herida
o por lo menos cicatrizada” … (sic).
Siempre supiste sorprenderme con tus juicios certeros
y tus locas visiones, como la imagen de aquella voluptuosa dama que se te cruzó una mañana
y que a tus ojos lucía como “¡un río vertical!”…
Oh, las mujeres en tu vida somos, tú mismo lo dijiste,…
“un gran sol que pasa debajo sin quemarme”…, somos las musas que si la mano extiendes, verdes o maduras caeremos rendidas
a tu encanto sensual, exuberante, amazónico, que te ha dado fama de seductor distante y dotado de una delicada crueldad,
que susurra al oído:
¡Y el tiempo, el tiempo, el tiempo:
el tiempo no se atreve,
sufre mucho en tu cara,
al tener que pasar
resquebrajando tan dulcísimo suelo!…
¿Has sido el príncipe de las alcobas? Probablemente.
Lo que yo he podido comprobar personalmente es que has sido
el rey de los salones. Y como a todo rey que se precie,
nunca te faltó un bufón, o sea algún elegido de corazón
que te hiciera el contrapunto en el ocasional convite.
De vez en cuando, en ese rol nos turnamos:
Reynaldo Naranjo, poeta de tu misma hechura;
Máximo Damián, violinista predilecto de José María Arguedas
Reynaldo Naranjo, poeta de tu misma hechura;
Máximo Damián, violinista predilecto de José María Arguedas
(“¡Permítanme seguir así: transido, oyendo ese instrumento
que lo real no toca!”, decías…): y por último, yo misma,
con la venia de Chabuca Granda, cerrando los ojos,
dejaba vagar mi voz hasta el mar… y murmurabas:
“El Perú, ese amor a primera vez,
que nos une a Cecilia desde siempre…”
Con el injusto silencio que te envolvió de golpe,
“la soledad, esa familia extinta”,
vino por ti “algún dichoso reino atroz”,
y tratando de hallar “frágil consuelo”, repetiste:
Quédate así, penumbra, en la penumbra
que bebo solo porque a ti me lleva.
Alguien, tras la puerta, me apresura.
Y sé bien que no hay nadie tras la puerta.
Tengo una sensación extraña últimamente, el júbilo está ausente, ¿te habrás dejado vencer por la nostalgia de la nada?
Mira que a la muerte de Federico García Lorca,
su amigo Miguel Hernández presagió:
Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos.
Todo concuerda en apariencia, pero prefiero esperar
que una mañana cualquiera te asomes con tu hermano Igor, tripulante del mismo velero,
para narrarme las exultantes incidencias de tu última odisea
por la tempestuosa piel de la ilusión.
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Edita Dr Guillermo Calvo Soriano